lunes, 30 de marzo de 2015

«El libro de la vida», artículo de S. H.



Quien se guía por la lógica, podría inferir de una gota de agua la posibilidad de la existencia de un océano Atlántico o las cataratas del Niágara sin necesidad de haberlos visto u oído hablar de ellos. Toda la vida es, asimismo, una cadena, cuya naturaleza conoceremos siempre que se nos muestre uno de sus eslabones. La ciencia de la deducción y el análisis, al igual que todas las artes, puede adquirirse, únicamente, por medio del estudio prolongado y paciente, y la vida no dura lo bastante para que algún mortal llegue al sumo conocimiento de esa ciencia. Antes de volcarse a ciertos aspectos morales y mentales de esta materia, que representan las mayores dificultades, el investigador debe empezar por controlar problemas más elementales. Empiece, siempre que conozca a otro mortal, por aprender a leer, de una sola ojeada, cuál es el oficio o profesión que ejerce. Aunque este ejercicio pueda parecer pueril, lo cierto es que agudiza las facultades de observación y enseña en qué cosas hay que fijarse y qué es lo que hay que buscar. La profesión de una persona puede ser revelada con claridad, ya sea por las uñas de sus manos, la manga de su chaqueta, su calzado, las rodilleras de sus pantalones, las callosidades de los dedos índice y pulgar, su expresión o los puños de su camisa. Resulta inconcebible que el conjunto de todas estas cosas no lleguen a mostrarle claramente el problema a un observador capaz.
Sherlock Holmes
De Estudio en escarlata
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